Paseos y excursiones:
El Valle de la Muerte
Pablo Etchevers Pablo EtcheversBautizado como “Valle de la Muerte” por sus enormes médanos con angostos filos de arena, es uno de los sitios más recomendables para practicar trekking y sandboard.
Desde San Pedro se transitan sólo dos kilómetros. Apenas se deja la carretera, un cartel nos indica que ya estamos dentro de lo que se conoce como la Cordillera de Sal: una especie de precordillera que, interrumpida por algunas planicies, luego se convertirá, siguiendo rumbo al Este, en la majestuosa cordillera de los Andes.
Transitamos a través de un gran cañón formado por pequeñas montañas y terrones que, erosionados por el viento, han sabido ganarse inverosímiles formas que atraen de manera notable la vista de los presentes.
El camino cada vez parece angostarse más hasta que las ruedas del vehículo comienzan a perder tracción y la arena blanda se apodera de la situación: llegó el momento de bajarnos y seguir a pie.
"El Valle de la Muerte", como se lo bautizó, se encuentra allí esperándonos desde hace millones de años. Rápidamente bajamos nuestras tablas de sandboard y empezamos la caminata junto a otros turistas que, armados de sus cámaras fotográficas, deseaban retratar uno de los sitios más interesantes de la región del desierto.
Curvas para un lado y otro nos depositaron, casi sin darnos cuenta, en un inmenso arenal que comenzaba a subir lentamente hasta que nuestras cabezas, casi a 90 grados, pudieron fijar la vista en la cumbre de aquella inmensa montaña de arena.
Hay que empezar a subir
“Esto no es nada. La diversión está ahí arriba. Diez pasos y se descansa, así se tarde una hora. Lo importante es llegar. Cuando estemos arriba van a entender por qué se los digo” así, en forma categórica y sencilla, nuestro guía indicó a todos los presentes que era el momento de comenzar la subida.
Y nadie, a pesar de la edad avanzada de muchos de nosotros, desistió de intentarlo. Pedro tenía razón. Cada diez, quince o a lo sumo veinte pasos nos veíamos obligados a detenernos, tomar agua y descansar.
Así estuvimos casi 20 minutos, entre bromas y anécdotas que comenzaban a sucederse como para aminorar la subida y, por supuesto, agrandar la espera en cada descanso.
El momento de llegar fue algo que jamás se me borrará de la memoria. En cuestión de segundos, la montaña de arena terminó por completo y un delgadísimo filo dejaba ver del otro lado una violenta caída que no era un precipicio, pero que obligaba a quedarse de este lado de la raya.
Fue ahí cuando todo el grupo contuvo la respiración y en una fila india perfecta nos sentamos a observar el lugar desde donde habíamos partido. Ahí abajo había otro grupo que pronto comenzaría a subir. Nos observaban celosos porque ya estábamos arriba, en la cumbre.
Pero ellos no sabían del espectáculo con que el desierto los esperaba. Después de pensarlo, tomé la tabla e introduje lentamente mis pies en ella. Me paré lentamente y luego de pasarle una capa de jabón comencé a surfear inimaginables olas de arena virgen. Como si estuviera en el mar. ¿Acaso este lugar alguna vez no lo fue?
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