Paseos y excursiones:
Un salto de agua en Puyuhuapi
Mónica Pons Eduardo EpifanioLa caminata energiza nuestro cuerpo y la naturaleza le da placer a nuestro espíritu. Poner una meta es simplemente una excusa para experimentar estas sensaciones.
Alojados en el ecolodge, fuimos invitados a una caminata grupal hacia un salto de agua muy cercano a realizarse durante la mañana del día siguiente. Despertamos temprano, recibimos el riquísimo desayuno que nos ofrecieron y nos dispusimos a organizar la salida.
Elegimos ropa y calzado cómodos y salimos al encuentro del resto del grupo, que se había reunido en el club house a la hora prefijada. Juan, nuestro guía, llegó en seguida e hicimos los últimos preparativos para la partida.
Como la cascada está del otro lado del río Queulat, se hacía necesario cruzar en bote hacia la otra orilla. Remos al hombro y mochila en la espalda, partimos hacia la costa con buen ánimo.
El río, algo correntoso, era angosto y en pocos minutos habíamos cruzado. Un sendero señalizado dio inicio a la aventura. Caminando en fila india, avanzamos por donde Juan nos indicaba. Sentimos la vegetación exuberante cubriendo nuestras cabezas.
La humedad ambiente se debía a la gran cantidad de pequeños hilos de agua que bajaban de la montaña. Todos los árboles estaban cubiertos por un denso musgo y nos llamó la atención la gran cantidad de plantas parásitas, trepadoras, que formaban un tendido vegetal interminable.
En ese primer tramo atravesamos varios pequeños puentes que, dejando atrás arroyos, agregaron aventura a nuestra caminata. Algunos árboles bajos nos exigían agacharnos; pasamos por encima de gruesos troncos caídos.
“La senda va ascendiendo de a poco; nos moveremos lentamente y guardando fuerzas para más adelante”, comentó Juan, a lo que agregó una gran cantidad de información sobre plantas y aves.
Nos sorprendió encontrar un claro en el bosque. Allí, varios bancos confeccionados con madera de la zona nos esperaban para un descanso momentáneo.
Juan nos dijo: “Llegaremos a una cascada que tiene un salto de 90 metros de caída. Esa es la altitud de la montaña que deberemos vencer. Siempre lo advierto por si alguien prefiere esperarnos aquí hasta nuestro regreso”. “Buen lugar para disfrutar de la lectura junto al ronroneo del arroyo ”, fue nuestro pensamiento.
Pasamos por un bosque de arrayanes y piedras enormes. Las raíces de estos árboles estaban a la vista y se enlazaban con la roca formando un piso desparejo. El color rojizo de los troncos matizaba el entorno: todo se veía de ese tono.
Con gran sorpresa fuimos encontrando pequeñas obras de ingeniería realizadas con troncos: barandas y escalones en la tierra nos permitieron salvar algunos obstáculos fácilmente. Estas ayudas estaban muy bien realizadas y se mimetizaban con la naturaleza del lugar.
Los pájaros, acostumbrados al silencio, se sintieron invadidos. Un pequeño chucao de pecho anaranjado, cabeza café y trino muy potente detectó nuestra presencia. Seguramente vivía sin miedos, ya que no es un lugar muy visitado.
En un mirador hicimos un alto y Juan nos alentó, ya que faltaba poco para llegar. El sonido que llegaba a nuestros oídos confirmaba sus palabras.
Llegar al pie del salto de agua significaba haber llegado a destino y disfrutar de la fuerza fantástica de las aguas pero también de un lugar de observación estratégico. Vimos el punto donde la cascada nacía, el fiordo Queulat y el río Queulat, la Carretera Austral, todo estaba allí para que lo disfrutáramos al máximo.
Se puede simplemente observar la naturaleza y disfrutar con ello. En esta ocasión, preferimos interactuar y recibir esa satisfacción infinita que resulta del esfuerzo realizado en plena naturaleza.
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