Paseos y excursiones:
Navegar a los glaciares Balmaceda y Serrano
Mónica Pons Eliseo MiciuEl viaje entre fiordos hasta acceder a los glaciares Balmaceda y Serrano es un clásico para quienes visitan estas tierras.
El Campo de Hielo Patagónico Sur, reserva mundial de agua dulce, es casi un vecino de la ciudad de Puerto Natales. Se llega a algunos de sus glaciares en una navegación inolvidable.
Realizamos la salida desde el muelle fiscal del puerto local y nuestro destino era el parque nacional Bernardo de O'Higgins, el más extenso de Chile. Una vez embarcados, la nave partió lentamente por el seno Última Esperanza y en seguida tuvimos enfrente nuestro, aunque alejado, al monte Balmaceda, que se destacaba sobre el resto. Nos internamos en canales de gran belleza y, a pesar de los vientos constantes del oeste, salimos bien abrigados a cubierta para no perder detalle y sentir la brisa en la cara.
En el recorrido, nos sorprendió la gran cantidad de vegetación de algunos cerros aledaños y las cascadas que dejaban su agua de deshielo en la costa. Por los altoparlantes nos informaron acerca de los lugares que atravesábamos y de algunos detalles interesantes, como los vestigios de la cultura kawésqar o alacalufe en la región. A las dos horas de navegación, estuvimos a pocos metros de una colonia de cormoranes en Punta Barrosa. Estas aves similares a los pingüinos permanecen los tres meses de verano en ese lugar, hasta que sus pichones aprenden a volar.
El paisaje se tornó más agreste entre montañas enormes mientras el barco se bamboleaba y avanzaba sin apuro. Luego de un largo rato a la intemperie, decidimos ingresar a la cabina ya que el frío intenso helaba nuestra cara y manos.
A la tercera hora de viaje, el monte Balmaceda apareció en primer plano y en seguida la proa de la nave apuntó al glaciar del mismo nombre. Como las demás masas de hielo del planeta, el calentamiento global hace que esté en regresión. Sus gamas de azules y celestes nos parecieron infinitas y saber de su derretimiento lento pero inexorable nos hizo reflexionar.
Seguimos rumbo, sin escalas, hasta el glaciar Serrano. Mientras, en el bar disfrutamos de un pisco sour preparado como solo los chilenos pueden hacerlo, acompañado de algunos bocados salados exquisitos.
Luego de cuatro horas de navegación, realizamos una parada en el muelle de Puerto Toro y desembarcamos para realizar una caminata por un sendero de unos mil metros de extensión por el parque nacional. Envueltos por el bosque nativo de coigües, el trekking resultó liviano y en medio de un silencio asombroso. Seguimos avanzando hacia nuestra meta y observamos témpanos a la deriva que flotaban sobre las aguas blanquecinas del espejo lacustre.
La muralla blanca era de unos veinte metros de altura y una lengua glaciaria impresionante se perdía en la línea del horizonte. La cuenca comprende otras formaciones menores y, de golpe, una pared helada cayó en forma estrepitosa hasta sumergirse en las aguas del lago. El estruendo fue tremendo y el espectáculo, impagable. Casi no nos dio margen para filmar esa escena de lo atónitos que quedamos. Una ola gigante llegó hasta nosotros como muestra de la fuerza de esos bloque helados que llevan millones de año formándose.
Latitudes frías por naturaleza, no ofrecen días perfectos para la navegación. Simplemente se acepta que el viento y la temperatura ambiente muy baja acompañen el itinerario y nos acerquen a esas maravillas.
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