Paseos y excursiones:

Escrito desde un puerto

Ciudad portuaria, Valparaíso devela a los visitantes cómo es la vida del hombre de mar. Embarcaciones multicolores se apoderan de la escena.

Fue famoso desde sus inicios, cuando los barcos a vela realizaban la interminable vuelta desde Europa para pasar por el Cabo de Hornos, antes de la construcción del Canal de Panamá. Inspiró a cientos de artistas que posaron sus sentidos frente a la bahía que lo protege. Fue testigo del progreso de una nación y también fue la puerta de entrada para cientos de alemanes, italianos, ingleses y españoles inmigrantes, a principios del 1900. Como todos los grandes puertos del mundo, el de Valparaíso está íntimamente ligado a la historia de su país.

Al pasar frente al muelle rápidamente se siente un aroma especial que lo caracteriza. Allí se habla diferente. Cientos de gaviotas impacientes esperan a que atraque algún pesquero colmado con frutos del mar.

El muelle Prat es el único lugar de acceso público donde se logra observar de día y de noche la actividad de los grandes barcos y las grúas carga. Para llegar a él atravesamos la plazoleta ubicada frente a la plaza Sotomayor, que se encuentra enmarcada por la Aduana y el edificio de la capitanía del puerto.

Al frente hay un lugar de fondeo para pequeñas embarcaciones. Cientos de lanchas multicolores esperan a los turistas para realizar el tradicional paseo frente a la ciudad. Lo ideal es saber esperar antes de embarcarse y dejar que la luz solar se dirija hacia el poniente para poder apreciar con mayor nitidez el gigante anfiteatro natural en que se emplaza la ciudad. Sobre uno de los costados del puerto están los muelles de atraque en que los barcos oceánicos tienen su lugar.

Un clima bullanguero se extiende por toda la explanada. Cerca del mediodía, los aromas de la cocina de mar comienzan a escaparse de los puestos y restaurantes aledaños. El lugar cuenta con una feria de artesanías y sobre un dique seco es posible admirar una réplica de la carabela Santiaguillo en la que viajó el navegante Juan de Saavedra desde El Callao para traerle provisiones al conquistador Diego de Almagro.

Sobre el mar se logra ver el molo de abrigo o de protección de los grandes temporales. Su construcción fue una proeza de la ingeniería portuaria, ya que posee más de 100 metros de profundidad.

Rudos marineros se encargan de levantar redes, bajar anclas y mover pesados plafones para poder tocar la añorada tierra firme. Sobre el otro costado cientos de containers apilados brindan un colorido espectáculo en la zona franca.

La vida parece desplegarse en cámara lenta en el histórico puerto de Valparaíso. El mar posee un azul eterno en estas latitudes y el sol brilla con gran intensidad.

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