Paseos y excursiones:

Islotes de Puñihuil

La pesca y los paseos que revelan los secretos de los islotes cercanos son motivos más que suficientes para dejarse llevar mar adentro.

La península de Lacuy, a pocos kilómetros de la ciudad de Ancud, está en contacto directo con las aguas del Pacífico e impacta a los visitantes por sus playas abiertas e islas habitadas por fauna marina y aves.

Por un camino interno llegamos a Quetalmahue, una pequeña población pesquera en la que sus habitantes recogen algas, en especial las que llaman pelillo. En sus restaurantes se ofrecen platos típicos con la frescura de quien vive junto al recurso. Sus sectores de playa y camping aseguran baños de mar y vacaciones distintas.

Intrigados por la posibilidad de navegar hacia los islotes donde habita fauna marina, seguimos la ruta costanera hacia el sur y llegamos a Mar Brava. El nombre hace honor a sus enormes olas, que rompen a lo lejos formando un muro de espuma blanca visible desde gran distancia. Allí conocimos a la Piedra del Run, un promontorio que emite un sonido ensordecedor cuando los vientos marinos golpean sus grietas.

Entusiasmados por todo lo lindo que estábamos conociendo, aún faltaba lo mejor: la navegación prometida. Dirigida un poco más al sur, en Puñihuil, se encontraba una bahía espectacular esperándonos. Esta se encuentra frente a tres islotes que forman parte de un Monumento Natural protegido por CONAF. Hoy, el acceso está regulado y la navegación solo se realiza con guías locales autorizados, que parten desde la misma playa de arena oscura.

Subimos a su bote de madera y partimos hacia ese tesoro natural. Nuestro guía nos explicó un fenómeno curioso, que no habíamos podido apreciar antes: al unirse las corrientes del océano Pacífico con las de la bahía, el mar parecía elevarse de golpe en un vaivén constante que sorprendió a todos los visitantes.

Los tres islotes de Puñihuil son famosos por ser  de los únicos lugares en el mundo donde conviven dos especies de pingüinos: Humboldt y Magallánico. Entre diciembre y marzo llegan desde distintas latitudes para anidar y criar a sus pichones, compartiendo este espacio en armonía.

Rodeamos la playa en una bahía pequeña y la distancia con los animales disminuyó hasta casi tocarlos. Fue algo imposible ya que ante nuestra cercanía se tiraban al agua. Obtuvimos fotografías de los distintos grupos y notamos cuán elegantes eran en el agua y, en cambio, qué dificultoso se les hacía caminar sobre el pedregullo.

Subimos nuevamente al bote para dirigirnos a otro sector donde los lobos marinos eran amos y señores. Rodeamos la isla y divisamos cientos de ellos extendidos sobre las rocas como parte de una comunidad muy ruidosa. Emitían fuertes gruñidos con los que parecían comunicarse los unos con los otros. Notamos su curiosidad ante nuestra presencia, algo que no imaginábamos al llegar hasta allí. El barquero apagó el motor y varios de ellos se acercaron como demostrando que los extraños éramos nosotros. Una gran cantidad de gaviotas anidaban juntas en las piedras y compartían el sitio.

Hubiéramos deseado quedarnos allí por más tiempo, pero la marea insistió en que nos retiráramos. Durante el viaje de regreso, nuestro guía nos contó más detalles de la vida de estas colonias marinas protegidas por Fundación Alemana Otway primero y la Corporación Nacional Forestal años después.

El atardecer sobre el horizonte, acompañado por el viento del Pacífico en el rostro, fue la despedida perfecta de esta experiencia inolvidable. Una excursión que combina aventura, naturaleza y conservación, y que convierte a Puñihuil en una parada obligatoria para todo viajero en Chiloé.

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